20J – Día de las Personas Refugiadas: ALEGATO POR EL REFUGIO

Los brazos de una madre. El hombro que no sabías ni que necesitabas. Esa palabra que a veces nos alivia cuando la vida pesa. El olor a comida caliente en la cocina de tu abuela. Una cama al final de un día duro. El abrazo que nos rescata cuando el mundo parece derrumbarse.

Un refugio no siempre es un techo ni cuatro paredes que nos resguardan. A veces es un gesto, un nombre que pronunciamos en silencio, una canción que nos devuelve a nosotros mismos. Refugio es la casa donde podemos ser nosotros mismos, sin miedo, sin disfraces, sin amenazas. La voz que nos dice «todo va a estar bien». La conciencia tranquila de ser quien quieres ser.

Es la certeza de que hay un lugar donde somos cuidados, donde podemos volver cuando todo afuera se hace inhóspito. Aquel lugar, momento o persona dónde el alma siente que puede bajar la guardia.

Y aunque cuando al preguntar por el refugio interno de cada persona, estos varíen en forma, concepto y estabilidad; todos comparten el denominador común de ser un espacio en el que no necesitas defenderte, el cual alivia la congoja solo con evocarlo de pensamiento, el lugar en el que todo tu cuerpo se relaja por la seguridad de saber que no hay ninguna alerta.

Pero ahora, si abrimos un poco la mirada lejos de nuestro interior, veremos que para muchas personas el refugio no es un ejercicio metafórico y reflexivo: es una urgencia. No es un recuerdo cálido, sino una necesidad desesperada.
En demasiados rincones hay refugios destruyéndose a diario. Refugios arrebatados, donde ya no hay manta, ni abrazo, ni casa, ni hombro, ni voz que te diga «todo va a estar bien».

Refugios inalcanzables que ahora se colocan al otro lado de un mar, más allá de una frontera, custodiado por muros invisibles e incomprensibles.
El refugio ya no es solo un rincón propio e infranqueable, sino un grito desesperado que pide al mundo entero un atisbo de protección.

Y de repente el refugio se convierte en el derecho a huir del peligro, de la violencia, del miedo constante. La necesidad de buscar una nueva tierra donde poder reconstruir un pequeño lugar seguro.

Y entonces el refugio se vuelve también una responsabilidad compartida, una forma de humanidad que nos empuja a mirar más allá de nuestras fronteras interiores. Porque todos necesitamos un refugio. Y todos podemos llegar a serlo para alguien.

Y es esa universal necesidad de ansiar el alivio y buscar la seguridad la que ha convertido el derecho a buscar refugio y asilo en un derecho humano fundamental, reconocido por el Derecho Internacional, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, así como en múltiples instrumentos regionales y nacionales.

 Los Estados tienen la obligación jurídica y moral de garantizar protección a las personas que huyen de persecución, violencia y conflictos, y poner los medios necesarios para posibilitarles empezar de nuevo sin temor y encontrar un espacio donde se dignifique su vida. Porque la protección no es solo abrir las puertas, es permitir que puedan crear un nuevo hogar, reconstruir su vida, y recuperar lo que todos necesitamos: un lugar seguro al que llamar "refugio".  

Quizá nunca nos hemos visto obligados a dejarlo todo atrás y cruzar mares o desiertos. Pero sí sabemos lo que significa tener un lugar donde sentirse a salvo.

Y tal vez, desde ese entendimiento íntimo y compartido, podamos abrir los brazos y las puertas para quienes hoy, más que nunca, necesitan un refugio.

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